domingo, 24 de marzo de 2019

Odio irracional

Duelo a garrotazos (Museo del Prado)Aunque la lógica nos diga que el odio irracional fuese más propio de otras épocas pasadas, debido a la falta de educación y de la conciencia del ser, lo cierto es que vivimos en tiempos donde este odio entre iguales está más presente que nunca en nuestra sociedad. Para poder analizar esto, lo primero es definir el concepto de odio. Según recoge la RAE entendemos como odio la antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. Partiendo de este punto, lo siguiente es preguntarnos como las personas llegamos al punto de odiar a algo o alguien. Lo cierto es que la mayoría de las conductas que tenemos como seres humanos, vienen a ser fiel reflejo de las necesidades que tenemos como especie, como bien se explica en la pirámide de Maslow. Esa lucha primitiva por la supervivencia del más apto que todas las especies llevamos impresas en nuestro ADN y que en este mundo actual parece ajeno a nosotros, pero que nos marca la mayoría de nuestras conductas del día a día.

Centrándonos en el momento actual, vemos cada vez más a sociedades polarizadas y de extremos que son muy alejados en sus ideas pero muy parecidos en sus conductas y actos. En el caso de España, esta polarización se ha visto reflejada con la irrupción de nuevos partidos políticos con una ideología muy marcada, la cual ha provocado también que los partidos que antes aglutinaban ese espectro político, intenten tomar posiciones más extremas para volver a captar ese electorado perdido.

Por lo que esta retroalimentación de causa y efecto parece no haber llegado todavía a su fin y nos esperan tiempos bastantes convulsos. Se ha elevado el tono de los discursos y debates, perdiendo el mínimo respeto que nos debemos como personas. Esta nueva forma de hacer política, ya no se basa en debatir ni argumentar, sino en prejuzgar y etiquetar, criticando y señalando a los que no caen en el extremismo y mantienen posiciones intermedias y de tolerancia.

Estos nuevos políticos que respaldados y agitados por sus bases, se olvidan de que hay que gobernar para todos y no solo para sus simpatizantes. Personas que carecen  de la responsabilidad de mantener mínimamente las formas y el respeto hacia los que piensan diferentes a ellos, olvidando que la función de la política es la de organizar la convivencia de una sociedad y no la de enfrentar a unos con otros.

Por si esto fuera poco, en la mayoría de los medios de comunicación se siguen inoculando esa lógica de rojos y azules, de buenos y malos. Intentando etiquetar de forma simplista a cualquier persona, sin importar el tema a debatir, como si los cerebros fuesen fotocopias unos de otros. Medios que en vez de informar de forma imparcial, lo hacen de forma sesgada intentando criminalizar al que se sale de su linea ideológica.

Todo esto, ha sembrando en ciertas personas ese odio irracional hacia el que no piensa como uno mismo, anulando cualquier capacidad de debatir o de llegar a algún consenso. Por lo que deberíamos preguntarnos si realmente somos tan diferentes como creemos ser, y no olvidar de que antes de cualquier sigla política están nuestros valores democráticos.

Lo cierto es que como sociedad democrática, estamos condenados a entendernos y para ello la empatía debe ser primordial. La diferencias de ideas se han de debatir mediante el respeto a las mismas, por muy alejadas que estén de lo que uno piensa. Ese afán de que unas ideas prevalezcan sobre las otras, lo único que genera es el efecto contrario como se ha demostrado a lo largo de la historia.